La entrevista a José Luis Rodríguez Zapatero publicada esta semana por EL ESPAÑOL permite comprender mejor la recuperación de la figura del expresidente por parte del PSOE en el último año.

Indudablemente, Zapatero es uno de los contados líderes históricos del socialismo que conserva ascendencia sobre la actual dirección del partido, en la medida en que su auctoritas moral se ha revigorizado a la luz de los acontecimientos recientes. Estos, en gran medida, no dejan de ser expresión del despliegue histórico de algunos de los arcos argumentales que él inauguró en la política española.

Como le ha reprochado Pedro J. Ramírez, en su crítica a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut se encuentra el germen del discurso del lawfare. Sus planteamientos sobre la democracia plebiscitaria, el choque de legitimidades entre la judicial y la popular, y la preponderancia incontestable de la voluntad de la mayoría pueden rastrearse en la retórica populista y secesionista que hoy contamina nuestra vida nacional.

José Luis Rodríguez Zapatero, durante la entrevista con Pedro J. Ramírez.

José Luis Rodríguez Zapatero, durante la entrevista con Pedro J. Ramírez. Javier Carbajal

No se le oculta al expresidente su condición de brújula ideológica para el PSOE sanchista, tal y como se desprende de su reconocimiento de que "en algunos temas he tenido una cierta influencia, como en el tema de los indultos".

Pero el revival zapaterista excede la nostalgia por un santuario de integrismo progresista en los tiempos del turbonihilismo sanchista. Zapatero está desempeñando en la trama de Sánchez el papel de script, el encargado en los rodajes de velar por el rácord o continuidad narrativa, para supervisar que no se produzcan saltos o quiebras en el orden cronológico.

Fue patente esta asunción de la función de continuista cuando Zapatero inició el pasado otoño una campaña apologética de la amnistía que Sánchez preparaba.

Para contrarrestar la convicción de que el presidente había mentido a los españoles que se había instalado en la opinión pública, su predecesor se aplicó a argumentar que no se había producido realmente una fractura en la secuencia de la política de "entendimiento" con el separatismo. La amnistía no era más que la secuela natural de los indultos.

Zapatero puede ejercer esta labor de script ante las inconsistencias del guion sanchista porque, como le señaló Pedro J., él defiende desde la convicción genuina (la de acomodar en nuestro orden político el "aliento federal" de los nacionalistas) lo que Sánchez ha asumido por una necesidad coyuntural y personal. Lo cual no quita para que imprimirle a la rectificación de su hijo político una coherencia a posteriori no sea, en términos fílmicos, un ejercicio de montaje.

El expresidente concede al entrevistador que las opiniones pueden cambiar a veces, pero que "lo que uno no puede cambiar es de valores", haciendo ver que Sánchez se mantuvo congruente en el orden de los principios.

Que la amnistía no figurase en el programa socialista para el 23-J no significa que este se incumpliese, porque resultaba evidente que para llevarlo a cabo necesitaba pactar con los independentistas. La concordancia del hilo argumental queda verificada en retrospectiva porque "todo el mundo sabía lo que se votaba el 23-J".

Es más, la amnistía "encaja perfectamente con la democracia" y con el espíritu originario de la Constitución Española, fundada sobre un olvido equivalente. ZP es el exégeta encargado de probar que el Antiguo Testamento del Régimen del 78 alcanza su plenitud en el Nuevo Testamento del sanchismo.

Zapatero también viene en auxilio narrativo del plebiscito emocional con reminiscencias de autogolpe frustrado que interpretó Sánchez la semana pasada. La pausa para la reflexión del presidente cobra sentido al restituirle el contexto que la propició.

La carta a la ciudadanía no consistió en un arrebato megalómano ni en una maniobra calculadora. Se trata de la consecuencia lógica del encarnizamiento de la disputa parlamentaria que se había vivido en los días anteriores, cuando el ventilador de las acusaciones cruzadas de corrupción lo había dejado todo perdido de fango.

El inventor de la memoria histórica se sirve de un revisionismo más panorámico para justificar que la denuncia de Sánchez sobre el "acoso" de la derecha se inserta en una dinámica que se remonta a su presidencia. Porque, según Zapatero, la derecha nunca ha reconocido la legitimidad de los gobiernos progresistas, al contrario de lo que hizo el PSOE con Aznar y Rajoy.

(Se le escapa aquí un leve fallo de rácord al continuista: sostiene que nunca se había descargado tanta ferocidad contra ningún presidente como con Sánchez, al mismo tiempo que lamenta que todos los presidentes del PSOE han sufrido análogos tormentos).

[Zapatero, 20 años después: "El PP está cuestionando la legitimidad de Sánchez como cuestionó la mía. El PSOE no lo hizo con Aznar o Rajoy"]

En suma, las inconstancias de Sánchez quedan dotadas de sentido retroactivamente porque los cambios de opinión son una manifestación del "diálogo" consustancial a la política. Porque "la democracia es contingencia".

Por eso, tampoco es cierto que la amnistía se concediera como contraprestación a los siete votos de Junts. El fundamento filosófico para esta afirmación es el relativismo epistemológico y el nihilismo ético de Richard Rorty, autor de la máxima "democracia antes que verdad".

ZP hace suyo este apotegma, a la vez que emplea una docena de veces el sintagma "objetivo" a lo largo de la entrevista. ¿Estamos ante un nuevo fallo de rácord? ¿O es que, bajo esta concepción según la cual no existe verdad en política, entramos en los dominios de la ficción cinematográfica, donde todo se reduce a un caleidoscopio de ilusiones?