Imagen de archivo: el puño ensangrentado de un hombre después de una pelea.

Imagen de archivo: el puño ensangrentado de un hombre después de una pelea. iStock

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Cuando 'defender' a tu pareja sirve de justificación para la violencia (y el machismo)

La idea de que las mujeres son seres indefensos que necesitan protección puede derivar en situaciones como las vividas en los Oscar o en Santovenia de Pisuerga.

2 julio, 2022 16:42

¿Qué tienen en común la bofetada de Will Smith a Chris Rock en los Oscars con el crimen cometido el viernes 1 de julio en la localidad vallisoletana de Santovenia de Pisuerga? Tal vez nada. O tal vez todo. 

En ambos sucesos se recurrió a la violencia para 'defender' a una mujer, o varias. En el caso de Smith, de un chiste de mal gusto. En el caso del pueblo de Valladolid, se cree, de una discusión entre las esposas de los implicados en la reyerta. 

Pareciera que hemos pasado de aquel "la maté porque era mía", que nos recuerda al asesinato de Ana Orantes, a un "les maté porque era mía". Y aunque el primero sigue vigente, y se encuentra en las entrañas mismas de la violencia de género, el segundo visibiliza un machismo que se resumiría en un "eres mía, por tanto, yo te protejo, yo defiendo tu honor"

[¿Fue Will Smith machista al pegar al que ofendió a su mujer? El debate tras la agresión en los Oscar]

Recuerda un tanto al valiente príncipe azul que va al rescate de la princesa, que está encerrada en lo alto de una torre, custodiada por un malvado dragón. O a la damisela en apuros incapaz de defenderse y que se desmaya a la más mínima presión. Oa ese caballero andante –y de brillante armadura– que acude a salvarla del más mínimo mal.

El marido, novio o prometido acude a proteger el 'honor' de 'su mujer'. 

El imaginario colectivo está lleno de escenas ficticias como estas, en las que el hombre, fuerte, valiente y un tanto violento, siente la necesidad de cuidar de la mujer, indefensa e incapaz de articular lo que desea. Los cuentos y los poemas medievales han perpetuado esta idea que presenta al sexo femenino como un elemento pasivo en la acción, que espera a que lo masculino venga y le salve. 

El amor romántico se construyó sobre esta idea central de los cuentos de hadas. Esos en las que la protagonista femenina no es más que la novia del personaje masculino principal, o 'su mujer', no su esposa ni pareja, sino su posesión. Una idea que, como recordaba en 2018 la ahora vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, en una entrevista a EL ESPAÑOL, no deja de ser "machismo encubierto". Pues sitúa a las mujeres en una posición de indefensión e inferioridad, y a los hombres en una superioridad engañosa. 

De Andrómeda a Jada Pinkett Smith

La mitología griega nos introdujo a este cliché de la damisela en apuros, que espera ser salvada. Lo vemos con el mito de Perseo y Andrómeda, por ejemplo. Y también en los clásicos de la cultura pop, como la princesa Peach en los videojuegos de Super Mario Bros o las archiconocidas Blancanieves, la Bella Durmiente o Rapunzel.

Y aunque algunos puedan decir que "los cuentos, cuentos son", su efecto en nuestro subconsciente es mayor del que creemos. Los nativos americanos dicen que "quien narra el cuento, gobierna el mundo"; y es que, como aseguró la psicóloga Zoe Walkington, de la Open University de Reino Unido, a la BBC, estas historias que normalmente se dirigen a un público infantil "tienen el potencial de ser increíblemente poderosas".

La experta explicaba que los cuentos "pueden cambiar la forma en la que nos relacionamos y combatir los prejuicios". Pero también crearlos. Algo que ha venido ocurriendo hasta hace relativamente poco, y que aún no está superado. Así, estereotipos creados en la ficción corren el riesgo de materializarse en la vida real.

Eso ocurrió, por ejemplo, esta misma semana. Un hombre presuntamente asesinó a otro en la localidad de Santovenia de Pisuerga, en Valladolid. Se cree que el detonante de esta agresión mortal fue una discusión entre las esposas de ambos. Aunque escape a la lógica, y parezca sólo una excusa o justificación de la violencia, la historia es la que es: algo que deberían haber resuelto –como quiera que fuese– las dos mujeres, acabó en una pelea entre dos hombres que, pareciera, se vieron impelidos a 'dar la cara' por sus parejas.

["Soy la suegra del muerto. No ha habido ninguna reyerta entre dos familias, han sido seis contra dos"]

¿En qué situación las deja esta forma de actuar a ellas? En una, sin duda, lejana al empoderamiento. Algo similar ocurrió, aunque con resultados diferentes, en la última gala de los Oscar.

El humorista Chris Rock hizo un chiste sobre la alopecia de la actriz Jada Pinkett Smith. El actor Will Smith, su marido, al darse cuenta de que el comentario había molestado a su esposa, subió al escenario, golpeó al humorista y le espetó un "¡Mantén el nombre de mi mujer fuera de tu puta boca!".

Las primeras reacciones, especialmente en redes sociales, fueron de simpatía haciael actor. Hubo incluso quien reconoció su "derecho" a 'defender' a su pareja. El propio Smith, en su discurso de aceptación del Oscar, achacó la agresión a Rock a que "el amor te hace cometer locuras". 

Sin embargo, las reacciones violentas a ataques (verbales, en ambos ejemplos) a una mujer, sin que ella tome partido, no podrían ser nada más alejado del amor. Porque, como explicaba el psicólogo Fernando Pena a MagasIN, "el amor por otra persona no justifica ser violento ni agredir físicamente a otra. Llevar a cabo comportamientos violentos llegando a pegar a otro es más bien una carencia en la gestión de las propias emociones. Es un símbolo de falta de manejo emocional".

Poco a poco, y en cuestión de horas, la opinión pública fue virando su apoyo hacia Smith y empezó a condenar ese mecanismo interno que hizo que el actor sintiese la necesidad de 'defender' a la doncella en apuros en la que convirtió –tal vez sin quererlo– a Jada Pinkett. 

La masculinidad tóxica podría, entonces, haber entrado en juego. Así lo repitieron una y otra vez los expertos y las feministas con el caso de Will Smith. Podría pasar lo mismo con el del municipio vallisoletano de esta semana. Y es que ese hacer y sentir profundamente destructivo que tradicionalmente se le ha atribuido al macho alfa permea a todas las capas de la sociedad.

Porque el mundo se ha construido sobre esa masculinidad tóxica que repite a los niños que no pueden llorar, no pueden mostrar signos de debilidad, y a las niñas que deben ser 'perfectas señoritas', cuanto más frágiles mejor.

Al fin y al cabo, como recuerdan desde ONU Mujeres, es esa masculinidad tóxica, imbuida en el corazón mismo de unas sociedades machistas y patriarcales, la que perpetúa las desigualdades y, en definitiva, las violencias.